Carlos ADÁN GIL (2016)
Los datos son contundentes: más del 90% de los hechos violentos son cometidos por varones. Las formas que adquiere esta violencia son múltiples y difíciles de cuantificar, pero podemos afirmar que hay sectores de la población que las sufren en un mayor grado. Con frecuencia se manejan datos que hacen referencia a la violencia directa, siendo su máximo exponente las guerras, y pasan inadvertidos otros actos que también generan sufrimiento, como la violencia estructural o la cultural. Ante estas cifras, debemos preguntarnos los porqués y plantearnos las vías de actuación para erradicar la violencia, porque los hombres somos parte del problema y necesariamente debemos ser parte de la solución. Debemos plantearnos preguntas que están en el centro del debate desde hace décadas como ¿Qué es ser hombre hoy en día? ¿Por qué parece existir una relación unívoca entre lo masculino y la violencia? ¿Nos sentimos cómodos dentro de la construcción social de los estereotipos de género que se nos ha otorgado?
Durante los años 90, se produjo una eclosión de los movimientos de hombres comprometidos por la igualdad y contra la violencia. Uno de los antecedentes más significativos en torno al cual se han desarrollado muchas de estas ideas es la Campaña del Lazo Blanco en contra de la violencia hacia las mujeres. España no quedó al margen, y en las dos últimas décadas se han sucedido diferentes iniciativas encaminadas a acabar con los problemas de violencia inherentes a la construcción social de género; se han celebrado numerosos congresos, creado programas de educación sentimental y han proliferado las asociaciones de hombres por la igualdad.
Considero necesario un estudio del trabajo llevado a cabo por estos hombres organizados, tanto en nuestro país como en otros contextos culturales, para reivindicar una masculinidad que se aleje del belicismo imperante. Propongo realizar este análisis desde una metodología antimilitarista y de crítica al modelo de masculinidad hegemónica. Sólo analizando el trabajo y los resultados conseguidos en los últimos años, seremos capaces de imaginar nuevas vías de actuación encaminadas a desmontar el binomio mujer pacífica/hombre violento. El pacifismo es una opción, y debemos construir nuestras masculinidades desde un rechazo al militarismo, reflejo de los valores patriarcales imperantes, y a todos los tipos de violencia.